16.8.12

Cárcel y cultura

Esta nota se publicó ayer en la sección La Ventana de Página/12, la compartimos.

Por Roberto Samar *
La cárcel como lugar de castigo es una idea que tiende a ser naturalizada desde los discursos que consumimos en los medios masivos de comunicación. Asimismo, en el imaginario colectivo lejos está la idea de pensar la detención como un espacio de consolidación de derechos.

Esto queda en evidencia cuando pocos se sensibilizan con las torturas a detenidos en Salta, con el asesinato de un interno en la Unidad Nº 11 de la provincia del Neuquén o cuando cuelgan del techo a un interno en la Unidad Nº 32 de Florencio Varela. Todos, hechos ocurridos en los últimos meses. Cabe recordar que la Asamblea del Año XIII eliminó todo tipo de castigos y torturas, lo cual fue ratificado luego por la Constitución nacional en su artículo 18, cuando dice expresamente que la cárcel no será para castigo, sino para seguridad de los reos.

Pero mientras la tortura es casi invisibilizada, muchos se indignan al ver al director del Servicio Penitenciario Federal participando de una murga junto a internos.

Ahora bien, ¿qué genera el discurso de la “mano dura”?: Si una persona es detenida durante largos años en una cárcel sobrepoblada, sufre situaciones de tortura y golpizas, y no se le permite tener acceso a sus derechos básicos, casi con seguridad esa persona, cuando salga en libertad, reincidirá, y lo hará en forma más violenta.

Como contrapunto, podemos tomar la experiencia que garantiza el derecho a la educación del Centro Universitario de Devoto. Según estadísticas de la UBA, la tasa de reincidencia normal de los internos que no estudian asciende a más del 30 por ciento. Sin embargo, para los presos que se gradúan en el Centro Universitario de Devoto el porcentaje de reincidencia es de apenas el 6 por ciento.

Como sostiene el Dr. Raúl Zaffaroni, “quien entra a la cárcel semianalfabeto y egresa como ingeniero electrónico, naturalmente que ha subido su nivel de invulnerabilidad y tiene otra autopercepción de sí mismo. No es porque lo hayan ‘arreglado’ como a una artefacto del hogar descompuesto o al que le faltaba una pieza, sino porque le han subido su nivel de invulnerabilidad quitándole el estereotipo introyectado”.

Es decir, el objetivo debería ser modificar la autopercepción de la persona. Intentar que se deje de percibir como “un delincuente” y ayudarlo a que se piense desde otra perspectiva. La cultura, el arte, la política, la religión o el vincularse con redes sociales pueden ayudarlo a cambiar la mirada que tenga de sí mismo y del mundo.

Claramente, el discurso que busca ampliar permanentemente las condenas, que asocia a la cárcel con un espacio únicamente de castigo y que piensa a la persona que cometió un delito como enemigo, genera más violencia. Es decir, en lugar de combatirla, la reproduce.

En base a lo expuesto es que, si queremos construir una sociedad más segura, debemos desmantelar el discurso vindicativo y fortalecer imaginarios colectivos que ayuden a consolidar derechos en los espacios de detención, lo cual redundará en mayor seguridad.

* Licenciado en Comunicación Social. Docente de Filosofía Política Moderna UNLZ.

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