5.8.12

A medias de Martín Duarte


Conozco a los mellizos Calcetín. Se acomodan a cualquier situación. Si las circunstancias así lo requieren, se arrugan o estiran: serviles yacen a los pies de sus dueños de turno. Incluso, con devoción de mascota, se acurrucan junto a ellos en las camas frías de invierno. Lucen correctos a derecha o izquierda, al derecho o al revés, debajo de una zapatilla o un mocasín. Hablan por sus señores, se llenan la boca de ellos, aduladoras cotorras. Desde la sombra, entretejen chismes, fabulan y conspiran. Saben escabullirse airosos si se ven en aprietos, si las cosas huelen mal. Astutos e inescrupulosos caen siempre parados. Sin prejuicios y veloces, después de andar en asuntos sucios, se deshacen de manchas y rastros comprometedores en un proceso de purificación baja espuma. Si conozco a los mellizos Calcetín. Les encanta patear traseros y no son más que patéticos títeres manoseados por un par de piernas de turno. Los conozco: caminan de manera tal que parece que se llevan el mundo por delante, y se olvidan de que no son más que un par de soquetes capaces de pisotearse entre sí.
Conozco a los mellizos Calcetín, sé cuál es su talón de Áquiles. Esos arrastrados tienen los días contados. Ya me haré cargo de esa dupla. Uno de ellos morirá acribillado por siete orificios... desangrándose en un tacho de basura. El otro, tendrá su broche de oro: solitario, se balanceará en un tendedero, ahorcado por manos anónimas.
Será alucinante verlos deshechos y desechados, como el cuero viejo y obsoleto de una serpiente, en el rincón del mundo que tan "gloriosamente" se agenciaron. Sólo entonces, estará colmado mi regocijo de polilla glotona.

Extraído de Cruentos Cuentos Sueltos, editado por la Universidad Nacional del Litoral, 2010

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