8.1.13

Periodismo (musical) en extinción


La frase de Zappa abre la nota que transcribimos a continuación fue publicada en la Revista Dale en torno al tema sobre el futuro del Periodismo musical. El número de Dale una de las pocas revistas donde se habla de música sin ese insoportable tono cholulo o banal puede descargarse completo junto a otras ediciones de la revista haciendo click acá.


Había una vez un mundo en el cual la gente necesitaba de los periodistas para enterarse qué era de la vida y obra de sus ídolos.

En aquella realidad, cualquier profesional especializado en música estaba mucho más informado que los fans. Era el intermediario indispensable para unir los dos actores esenciales: artistas y seguidores.

El mundo ha cambiado, está claro. Si hay dos industrias que pueden dar fe de ello son, precisamente, la musical y la periodística. Con analogías sorprendentes y, probablemente, con resultados muy similares.

Hasta no hace tanto, solamente podía publicar aquél que tenía acceso a una imprenta, a una licencia de emisión, a algún medio de producción. Era un modelo unidireccional, explicado en cualquier manual básico de comunicación. Al eliminar esa condición esencial se modifica el concepto de empresa periodística tal como lo conocemos. Y comienza lo más interesante, éso que ningún libro teórico aún puede explicarnos: el periodista pasa a un segundo plano, cualquiera puede comunicar y está todo por ser investigado.

CÓMO ESTAMOS

Así las cosas, la tecnología nos ha obligado a ajustarnos. Por empezar, en cuanto al contenido propiamente dicho, generamos notas pensando en diferentes formatos y soportes simultáneamente: modificamos su forma, reducimos la cantidad de texto porque sabemos que nadie lee hasta el final; pensamos en párrafos cortos; aumentamos el tamaño de las fotos; agregamos audio y video; publicamos encuestas o disparadores de opinión; titulamos de manera descriptiva y usando palabras clave, para que Google nos indexe mejor…

En síntesis: la historia que queríamos contar tiene que ingeniársela para sobrevivir a todas estas imposiciones del formato. Con una consecuencia indisimulable: el empobrecimiento del idioma.

Las notas llegan a los lectores de maneras que el periodista muchas veces desconoce: el redactor de Pelo, por ejemplo, podía hacerse una idea bastante precisa de cómo el lector leería su artículo. Hoy, esas notas son accedidas directamente desde la pantalla, con todo lo que eso significa: se leen en tablets, en smartphones, en Apple TVs,en SmartTVs, llegan al lector a través del mail o vía RSS.

Los riesgos que se corren son varios: el lector se marea, navegando sin rumbo; se pierde el contexto, por la velocidad con que se pasa de una nota a otra; siempre lo último pareciera ser lo más importante; se cae en un autismo selectivo, ya que el lector termina informándose únicamente sobre los temas de su interés.

Y los grandes culpables de todo esto seguimos siendo siendo los comunicadores. Quizás por caer nosotros mismos en estos vicios, por incapacidad o por falta de adaptación. Cuando todo está disponible a un par de clicks de distancia, los periodistas no podemos seguir insistiendo con lo mismo y debiéramos asumir un rol crítico de curador, no para comunicar o informar sino para evaluar qué cosas valen la pena rescatar y cuáles hay que descartar.

Si además entra en el análisis la intencionalidad política o económica, el panorama se ensombrece otro tanto. Medios de comunicación asociados con productoras artísticas o pautas publicitarias que interfieren en la selección de los contenidos publicados son solamente puntas de un mismo iceberg. Esos grandes medios comerciales dedicados al rock ya no se construyen para los lectores sino para las marcas de ropa, telefonía, gaseosas y automóviles.

GPS PERIODÍSTICO

Mientras tanto, el profesional de los medios sale de las universidades sin saber qué ni dónde ni (lo que es peor) por qué.

En el caso de los periodistas que cubren los partidos de fútbol para medios audiovisuales queda bien en evidencia. “Era un partido importante, ¿no?”. “¿Trataron por todos los medios pero no se les dio?”. “¿Hay que ganar como sea?”. Las no-preguntas ya son un clásico de las transmisiones, incluso desde antes de que los comentaristas confundan al equipo que están viendo.

Esos vicios también se dan en el periodismo de rock. Cronistas que leen la gacetilla de prensa un minuto antes de enfrentar al artista que está presentando un nuevo disco y que se apresta a contestar con el cassette puesto son moneda corriente.

Como consumidores de esos medios ya casi no nos importa qué dice el entrevistado, sino simplemente nos conformamos con que hable. Los máximos exponentes de esta realidad son las notas en páginas web, que sirven prácticamente como disparadores para que los usuarios comenten.

Sumémosle el ingrediente del periodista-amigo, que necesita ser el centro de la nota, busca la complicidad del entrevistado, saca a relucir alguna anécdota en común, interrumpe para colar su comentario gracioso.

Realmente, debiéramos repensar si el periodismo es algo necesario.

CÓMO SALIMOS

Al igual que en el negocio de la música, todavía no se ha encontrado un modelo para esta nueva realidad comunicacional. Varios gigantes de la comunicación tradicional han caído y otros tantos seguirán ese camino.

Pero mientras tanto, hay que seguir explorando, aprendiendo, creando, desobedeciendo a los que te dicen qué hacer.

El gran fenómeno de los últimos años es la socialización de todo lo que hacemos. “The story of me”, lo llaman, con Facebook y su catarata de datos irrelevantes a la cabeza. En la era de la gráfica se trabajaba con información. Ahora no hay hechos para reportar sino flujos de información que explicar. En medio de tanta data circulando, lo esencial es no perder de vista que todo esto se trata de contar historias.

Cualquiera puede comunicar, es cierto. Pero no cualquiera es periodista.

¿Cuál es la fórmula del éxito? Imposible saberlo. Pero alguna pista aparece: Nicola Hughes, del equipo creativo del diario inglés The Guardian, explicó su método cuando estuvo de visita en nuestro país a raíz de un evento que reunió periodistas y programadores: “la única forma de aprender periodismo es experimentándolo”. Y recomendó: “No tomen cursos en los que les enseñen cómo escribir. Los editores tienen que reconocer que no lo saben todo y dejar que los demás profesionales busquen su mejor manera de llevar los relatos”.

Habrá que rebelarse, entonces. O resignarse.

Diego Gassi

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