18.3.11

Historias mínimas: El rápido de las 20.15


Un hombre vuelve, como lo viene haciendo desde hace años, en el rápido de las 20.15. Viaja cansado y semidormido, fantaseando como siempre con dormir dos días seguidos. Piensa, sin pensar en su recorrido. LLegar a Castelar, bajar y subir corriendo por el túnel, caminar siete cuadras y poder por fin descansar, aunque sea por esas pocas horas. Por culpa de él, del destino, de los dioses o simplemente del viejo jefe del ferrocarril, se baja en Merlo, tres similares estaciones después. El hombre baja del tren y desciende, junto a las otras sombras, por el túnel mirando los escalones y esquivando a los mendigos. Al salir siente que algo no anda bien. Así no es Castelar o por lo menos no lo era. De soslayo, con miedo a que desubran su miedo y su aturdimiento, va mirando el barrio mientras camina las habituales siete cuadras. Al llegar, se detiene frente a una casa que no es la suya, pero que está en el mismo lugar en conde tendría que estar el chalecito con esos pilares que nunca terminó de arreglar. Con un temblor reprimido saca las llaves y trata de abrir.
Una mujer que espera, en la noche, a un marido que no llegará, siente ruidos de llave en la puerta y abre. Se encuentra con un desconocido que, aturdido, la besa en la mejilla en forma mecánica y que al tanteo se dirige a la cocina. Por un instante ella duda. Pero sacudiéndose el vértigo que la invade, se dirige a la cocina y sin saber bien por qué, le sirve la comida a ese extraño, que ahora es su marido, que mira fijamente la mesa como si tuviera terror de ver algo más que los familiares cubiertos. Cuando terminan de comer, mientras él mira una serie, ella lava los platos mientras le cuenta, como todas las noches, las novedades del día.
Cesa Fernando Díaz.
Fuente Edición Extra de La Maga, octubre de 1995.

1 comentario:

marcela dijo...

Gracias por publicarlo y gracias por citar la fuente. Me ha puesto muy feliz encontrarlo! César Fernando Díaz.