17.12.10

Periodistas colaboradores.

La gente de La gremial de Prensa, lista opositora en la Unión Trabajadores de Prensa de Buenos Aires publicó en número 2 de su revista. La gremial, que ganó en los medios más grandes y que se sigue consolidando como alternativa al estilo de conducción de la gente del sindicato llevó como candidato a Osvaldo Bayer en una elección no del todo prolija, por así decirlo con un eufemismo.
Es una buena ocasión para acercarse a las posiciones de la gente de la gremial para ver el estado actual del sindicato de la gente de prensa.
En la revista hay una nota muy linda que habla del mundo de los colaboradores, de los que hemos hablado ya aquí. La reproducimos tomandola del blog prensa, etica y periodismo


Vidas paralelas

Augusto y Natalia son periodistas y tienen muchas cosas en común: En la infancia hicieron sus primeras experiencias en el periódico escolar, en la secundaria alternaron la militancia con el periodismo, más de una vez les tocó armar o dirigir alguna revista barrial y siempre son los encargados de darle forma a los reclamos, los afiches, los mensajes solidarios, las jodas colectivas y todo lo que requiera cierta habilidad con las palabras. Se cruzaron más de una vez en otros medios y hoy trabajan en la misma revista pero hay algo que los hace distintos, como si transitaran por dimensiones paralelas: Tienen una percepción diferente de las estaciones del año.

Ella sabe que el invierno es frío y dan más ganas de compartir el mate o el café con sus compañeros de trabajo. También tiene claro que cuando se acerca setiembre comienzan a alargarse los días y que apenas el verano se anuncia llegan las fiestas findeañeras, los brindis, los regalos, algún peso extra con el aguinaldo y la ansiedad por las vacaciones.

El no tiene idea de los cambios de estación. Su calendario es continuo, no tiene cortes, salvo los que le imponen los cierres periódicos. Si hace frío, tendrá que comprar una estufa o tal vez se haya olvidado de pagar el gas. Si hace calor, sabe que se viene un verano para buscar más trabajo y la cercanía del fin de año le dice que tiene que producir durante 16 horas diarias en lugar de 12, para adelantar trabajo y cubrir sus vacaciones, pero sin olvidar que no debe pasar de cierto número de notas para que no lo suspendan por un mes.

Ella tiene claro que en cierto momento del verano se irá a alguna parte –si el sueldo le alcanza- y su trabajo estará a cargo de un compañero. Naturalmente, le adelantarán algo de dinero para que pueda gastar en su viaje, tal como se lee en la legislación laboral. El duda si le conviene viajar, porque cuando no está, no puede escribir y si no puede escribir no puede cobrar. Como Augusto no tiene un solo trabajo sino tres y cada medio tiene sus tiempos, por lo general en verano se queda a disfrutar de la ciudad vacía, a pesar de las protestas de su familia. Siempre es bueno estar en el verano para cubrir ausencias y tal vez conseguir más notas.

Los dos son periodistas y hasta hacen el mismo trabajo: escriben y editan la misma cantidad de notas, en la misma revista. Augusto cobra allí un total de $ 2.000 al mes, cifra que arregló en 2007 con el jefe de redacción. Natalia entró a la revista en el mismo año, con un sueldo de $ 3.000, pero hoy ya cobra $ 6.000. Augusto es un trabajador de prensa no asalariado, pero todos lo conocen como “colaborador”, eufemismo que proviene del Estatuto del Periodista y que reemplaza a la palabra “precarizado”, más apropiada para su caso. Natalia es una trabajadora de prensa asalariada y no hacen falta eufemismos.

Cuando la empresa se resiste a aumentar los sueldos, hay asamblea y Natalia es de las que piden la palabra. Augusto tiene que ocultarse en su casa, porque sabe que si aparece en una asamblea, la semana próxima no escribirá, tal vez no vuelva a escribir ni editar en la revista y es posible que durante tres o cuatro años tenga que hacer un juicio contra la empresa para cobrar unos pesos. Para Natalia y sus compañeros, Augusto es invisible, o al menos lo ven muy esporádicamente.

Para la empresa, Augusto es un proveedor de servicios cuya factura se apila en un escritorio con las del plomero, la del encargado de la limpieza y la del negocio de productos de oficina. Para el jefe de redacción, Augusto es un dolor de cabeza con el que tiene que lidiar para hacer maravillas con los números y asegurarle sus $2.000. Es un amigo, pero es un problema y para continuar pagándole tiene que decir que no a las decenas de aspirantes a Augusto que lo llaman o le mandan mensajes de correo electrónico.

Augusto y Natalia tienen también una percepción diferente de las otras estaciones, las de la vida. Ambos orillan los 40 años y la jubilación es algo lejano, pero igualmente Natalia se siente un poco más segura y sabe que si conserva el trabajo alguna vez se retirará con 30 años de aportes y una retribución que saldrá de sus mejores sueldos de los últimos diez años. Augusto espera algún día que sus amigos lo llamen para un trabajo en relación de dependencia, porque teme que más tarde o más temprano le falten las fuerzas para tres trabajos, cero vacaciones, cero fines de semana y pocas horas de sueño. Teme que en un tiempo deba empezar a dejar de “colaborar” en algunos medios y a vender los ahorros que hizo con el despido de su último trabajo de prensa asalariado. Y después el departamento en el que vive con su familia y después, a jubilarse con la mínima de las mínimas, gracias al monotributo que viene pagando religiosamente para poder trabajar. Natalia sabe que si se enferma, tiene obra social y además alguien en la revista la reemplazará hasta su regreso. Tal vez le toque a Augusto.

Si la historia precedente fuera producto de la ficción, el lector podría aliviarse suponiendo que tal cosa no ocurre. Pero lo único que no es cierto son los nombres.

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