11.1.09

Historias mínimas: Natación

He aprendido a nadar en seco. Resulta más ventajoso que hacerlo en agua. No hay el temor de hundirse pues uno ya está en el fondo y por la misma razón se está ahogando de antemano. También se evita que tengan que pescarnos a la luz de un farol o en la ciudad deslumbrante de un hermoso día. Por último, la ausencia de agua evitará que nos hinchemos.
No voy a negar que nadar en seco tiene algo de agónico. A primera vista se pensaría en los estertores de la muerte. Sin embargo, eso tiene de distinto con ella: que al par que se agoniza uno está bien vivo, bien alerta, escuchando la música que entra por la ventana y mirando el gusano que se arrastra por el suelo.
Al principio mis amigos censuraron esta decisión. Se hurtaban a mis miradas y sollozaban en los rincones. Felizmente, ya pasó la crisis. Ahora saben que me siento cómodo nadando en seco. De vez en cuando hundo mis manos en las losas de marmol y les entrego un pececisllo que atrapor en las profundidades submarinas.
Virgilio Piñeira
(Cuba 1912-1979)

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